domingo, 14 de febrero de 2016

Piel.



Tengo tatuadas dos rosas rojas,
una amarilla,
cuatro muciélagos,
un paraguas
y dos animales más.

Aun así sigo decorando mi piel con moratones
porque la falta de vista hace que me tropiece con todo.
Con cortes,
con quemaduras de aceite caliente,
con mordidas y lametones.

Tengo tatuado un origami,
una chica a la que le falta la mitad de la cara
y una inquietante mano de robot que sostiene la frase de una canción.

Y aun así tengo hueco para más granitos,
espinillas,
cicatrices y heridas,
más estrías,
más tinta de bolígrafo recordándome lo que tengo que hacer al llegar de clase
y ojeras perennes.

Sigo siendo una de esas libretas que no he terminado de llenar,
una memoria con espacio libre,
porque a la piel hay que darle uso
y a mí todavía me queda mucho hueco para escribir.



miércoles, 21 de octubre de 2015

Sombra.



Me siento bajo una sombra que se alarga mucho más de lo que creo.
Llega lejos, muy lejos
tanto que a veces parece no tener final.

Espero la aprobación de algo que haya hecho mal.
Sentada espero, pero no llega nada.

"Lo has hecho bien"
"Tienes razón"
"Eres válida"

Me lo repito a mí misma y termino por creerlo.
Aunque la inseguridad me coma por dentro
porque nadie nunca me lo ha dicho.

"¿Y por qué tengo yo que esperar a que me lo digan?" me pregunto,
"si yo, sola, puedo con todo".
"Eso es lo que siempre me han hecho creer".

Pero cuando miro hacia arriba no veo estrellas
y en la sombra hace frío.


martes, 13 de octubre de 2015

Miradas extrañas.


            
Seguramente acabe en un ciclo en el que los días mueren y las noches se vuelven habitables en una rutina donde la melatonina en pastillas ya no hace efecto y las ovejas ya no saltan vallas porque están camino del matadero. Cuando disgregas la realidad en números, letras, planos y posibilidades dormir se hace más complicado. Ya no necesitas luz para que el cerebro procese las imágenes, solo hace falta cerrar los ojos y pensar, pensar…

Y el sueño te abandona, y el techo de la habitación se convierte en el amigo más íntimo, y la almohada está harta de escuchar los murmullos de las críticas que no se comparte con nadie.

“Bonitas ojeras”. Dicen, “bonitas arrugas de expresión”.
"Bonita posición social acomodada en la que vives”. Digo, “bonito comportamiento opresor”.

Pero nadie hace caso o nadie quiere escuchar, porque la costumbre es criticar en murmullos en la oscuridad y los gritos están sobrevalorados.

Al final solo queda cerrar los ojos y hablarle al techo.


viernes, 5 de junio de 2015

Spirit.



Siempre, desde que era pequeña, le habían dicho lo peligroso que era subirse a los árboles. Al principio lo hacían solo su madre y su abuela hasta que se les unió toda la familia, ahora también continuamente la advertían del peligro su padre, sus hermanos, sus tíos  y algunos vecinos.

En realidad era lo normal, ya que ellos eran los hijos de la montaña, y en el bosque nunca habían sido bien recibidos.

Sin embargo ella encontraba la paz que necesitaba entre la frondosa y salvaje selva. Amaba a cada bicho, cuadrúpedo, ave y planta que se encontraba en cada excursión que emprendía sola. Había aprendido a usar el lenguaje de las serpientes y entendía a las peludas tarántulas que solo querían descansar. Y por supuesto lo que más le gustaba era subirse a las ramas. Desde allí arriba era capaz de ver el mar rasgando el horizonte, su madre la montaña y el resto de la selva. Se entretenía durante horas observándolo todo y escuchándolo todo, buscándo formas en las nubes, imitando los cantos de las aves que volaban sobre ella y comportándose como los monos que la vigilaban de cerca. 

En aquel lugar al que no pertenecía pero en el que se había hecho un hueco se había encontrado a si misma, y cuando llegó el momento, el mundo se convirtió para ella en una explosión de colores aguados y brillantes que se sentaban a su lado en la rama más alta de la selva. Un papagayo enorme la acompañaba, extendía sus alas y con sus plumas la protegía de todo mal y le enseñaba las maravillas que la aguardaban más allá de su aldea, de la selva, de la montaña y del mar.


Pero ella aún no quería verlas. Por ahora su lugar estaba allí, sentada en el árbol, con la cabeza apoyada en las plumas de su papagayo sabiendo que si se quedaba dormida su animal la protegería. En sus sueños, el ave y ella eran uno, y unidos como el uno que eran volaban y volaban sin descanso sin nadie que les dijera lo peligroso que era subirse a los árboles.



Si quieres saber más sobre Papagaya: https://papagayafanzine.wordpress.com/


domingo, 15 de marzo de 2015

Lone Star.



Hace mucho, mucho tiempo, mi madre solía contarme historias sobre las estrellas.

Recuerdo como nos sentábamos en el césped del jardín de atrás cuando todavía la noche no llegaba a la madrugada y mirábamos hacia arriba en busca de las más brillantes, normalmente no encontrábamos muchas, pero había noches que con suerte conseguíamos ver las osas hermanas y alguna que otra constelación.

Yo le solía preguntar que si las estrellas dormían de día y si era por eso por lo que salían solo de noche. Cómo era que no se caían del cielo. Quién las encendía para que brillaran tanto. Mi madre, pacientemente, me explicaba dónde estaban cada una de ellas. Me contaba viejas historias sobre marineros perdidos que conseguían volver a casa guiándose por el cielo, cómo las antiguas civilizaciones inventaban leyendas sobre ellas y a qué distancia estaban cada una de ellas. Me enseñó sus nombres para que fueran mis amigas y para querer conocerlas un poco más, para algún día viajar entre ellas y no ser tan descortés de no saludarlas por su nombre al pasar a su lado.