lunes, 4 de junio de 2012

Best Friend.



Andrew y yo somos amigos desde la Universidad, mejores amigos. Los dos eramos novatos en el ambiente urbanita y elitista de la facultad de Medicina, y nos conocimos cuando ambos nos percatamos, en medio de una clase de Patología, que llevabamos la misma camiseta de The Rolling Stones. Evidentemente, nos hicimos amigos enseguida, y fue una sorpresa ver como alguien entre todos aquellos snobs parecía tener algo de interesante. También fue una sorpresa ver que detrás de la puerta de su habitación en la residencia tenía un poster tamaño real de Madonna y que, para ser un gay recién salido del armario, lo disimulaba bastante bien.

Desde esa época hemos sido amigos hasta la muerte, más concretamente, él es mi mejor amigo gay. 

Parece ser que todas las chicas siempre han querido tener un mejor amigo gay. Sobre todo para aconsejarse sobre ropa, zapatos, hombres y esas mamarrachadas esterotipadas de las películas de comedia romántica. No saben lo que es esa responsabilidad. Es como cuando un niño quiere un cachorrito por Navidad, pero no sabe lo que significa tener un perro hasta que tiene que recoger su primeta caquita de la alfombra. Con Andrew, es más o menos lo mismo. 

No es que esté comparando a Andrew con un perro, sonaría muy frívolo por mi parte. Digamos que Andrew es un poco inestable emocionalmente, propenso a enamorarse de cualquier hombre con pinta de encantador que se le cruce. Siempre abundan los "solo quiero un rollo de una noche", los "no quiero comprometerme" y los heterosexuales, y como no, esos desengaños amorosos le producen el estado por el que puede pasar cualquier quinceañera en su éxtasis hormonal al descubrir que el chico que le gusta ya está saliendo con otra más "suelta" que ella.

¿Y quién se traga todos esos momentos?. La menda. El pobre Andrew ve en mí el unico apoyo moral que tiene, y claro, yo tengo que abrir la consulta de la doctora Amor cada vez que le abandonan. Por suerte siempre tengo preparadas varias tarrinas de helado en el congelador. Las películas de Audrey Herpburn ya se encarga de traerlas él. 


- ¿Puedo quedarme a dormir aqui hoy? - me preguntó con voz desolada y los ojos llorosos.


Yo solo pude asentir con resignación, aún así ya se había acomodado en el sofá con la intención de pasar la noche lloriqueando en silencio. Tendría que ir a buscar ya las tarrinas de helado.

Y mientras veo como mi noche especial de Tarantino se iba convirtiendo poco a poco en otro canto al desamor, solo puedo preguntarme: ¿en serio los gays no tienen un radar para detectar heteros y así no arrimarse a ellos?.