miércoles, 5 de junio de 2013

Demasiado Refresco Light.



La velada estaba siendo sencillamente increíble. En un restaurante de categoría como era aquel, donde se celebraba la cena de Navidad del Hospital, todos los cirujanos estaban sentados en la misma mesa. Cenando pavo relleno y demás delicatessen de foiegrass y ensaladas nadie había hecho comentarios con doble sentido y las copas de vino cada vez se llenaban más y más. Y sí, ahí estaba yo más espectacular que nunca, con mi traje negro de Versace, mi pelo recogido en un moño perfecto para dejar al descubierto mis pendientes de brillantes diamantes, mi mirada felina y un talante que podría haber sido la envidia de Greta Garbo. Una orquesta de instrumentos de cuerda tocaban finamente de fondo una versión lenta de "Santa Claus Is Coming to Town".

John Seductor-Adams estaba sentado en frente de mí. Dedicándome esas miradas que hacía que las enfermeras se desmayaran por los pasillos. Seguramente sería por el escote que me hacía el vestido o la manera peculiar en la que estaba bebiendo de mi copa, pero disfrutaba del momento. Wendy Envidiosa-Soukal me miraba con odio mal disimulado, la jefa de personal Marie Obesidad Morbida-Williams halagaba mi trabajo en Urgencias y todos se reían escandalosamente como borrachos en una cantina. Andrew no había aparecido, pero por primera vez no necesitaba de su compañía para sentirme integrada.

Me reí con los demás, hice varios comentarios que hicieron que toda la mesa me atendiera. Pero un grito de terror desvió la atención de todos.

- ¡¡Dios mío!!, ¡un médico!, ¡por favor que alguien me ayude!.

Efectivamente, en la mesa de al lado una joven veinteañera gritaba asustada al ver a su marido octogenario atragantándose con una gamba llena de salsa rosa. 

Ninguno de mis compañeros se atrevía a reaccionar así que yo me levanté, decidida, con mis tacones de aguja de Dior clavándose en el suelo de mármol hasta el millonario víctima de una gamba atravesada. El cuarteto de cuerda empezó a tocar la intro de "It's the Final Countdown". Le hice levantarse y le agarré desde la espalda, y con un golpe seco hice una maniobra de Heimlich perfecta que hizo que la gamba saliera disparada. Un violín interpretó el silbido de la gamba cayendo hasta una copa de champán, haciendo un sonoro "plock" que rebotó por todo el restaurante. Todos los presentes se levantaron y comenzaron a aplaudir, el anciano volvió a sentarse en su sitio para seguir con su cena, y yo levanté los brazos en actitud humilde, apagando los aplausos. De fondo se podía intuir la melodía de "We are the Champions" mientras unas jubiladas alzaban desde su mesa carteles con sietes y ochos pintados en ellos.

Y de repente noté una mano pasando por mi cintura, dándome violentamente la vuelta para encontrarme de lleno con la cara de John No tomaré un no por respuesta-Adams. 

- Quizá podríamos tomarnos la última copa en mi casa. - dijo con su tono de voz de Casanova. - La limusina nos está esperando.
- Oh, será todo un placer. - contesté yo con una sonrisa enigmática cual Mona Lisa desde su vitrina.

Y ambos nos ensalzamos en un apasionado beso, salvaje, exitante, tan cachondo que las señoras esta vez alzaron carteles con dieces, dándonos la máxima puntuación.

(...)


El despertador sonó con su pitido agudo, despertándome de un ligero sobresalto. Abrí los ojos al instante, con media cara hundida en la almohada y un ligero hilillo de baba corriéndome por la comisura del labio. Tenía el brazo derecho dormido, las sábanas enredadas en las piernas, y Atenea me quitaba gran parte de mi sitio de la cama con su cola y sus patas traseras.

Demonios. Otra vez había mezclado Valium con refresco light.


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